Fabián Ramos, un campesino de la vereda Caño Rayado en Puerto Lleras, Meta, vivió una de las tragedias más desgarradoras del conflicto armado colombiano: la pérdida de su padre a manos del frente 43 de las Farc, grupo que lo secuestró y desapareció sin dejar rastro. Sin embargo, el dolor por la desaparición de su progenitor no fue el único sufrimiento que marcó su vida. Durante más de diez años, Fabián enfrentó una condena injusta por un crimen que nunca cometió: ser acusado de pertenecer a las mismas fuerzas guerrilleras que le arrebataron a su padre.
En 2003, mientras caminaba junto a su tío Rogelio por su pueblo, Fabián fue detenido por un retén del Ejército. La acusación: ser parte de un grupo armado ilegal, una acusación absurda y dolorosa, ya que Fabián era solo un campesino que había sufrido en carne propia la violencia del conflicto. Después de un largo proceso, fue liberado, pero cinco años después, la pesadilla resurgió.
En 2008, Fabián fue arrestado nuevamente, esta vez acusado de ser Mauricio Pitufo, un supuesto comandante de las Farc responsable de un atentado en el Hotel Acapulco en Puerto Toledo, Meta, que dejó seis muertos, incluidos dos niños y cuatro militares. A pesar de su total inocencia y de la confusión de ser asociado con un hombre que jamás conoció, Fabián fue condenado a 57 años de prisión.
La injusticia alcanzó su punto más crítico cuando, en medio de las irregularidades judiciales, Fabián fue sentenciado sin pruebas claras que lo vincularan al crimen. “Me condenaron a 57 años, yo quedé frío. ¿Por qué tengo que pagar toda esa condena?”, expresó Fabián con la voz entrecortada, quien nunca pudo comprender cómo el sistema judicial pudo tan fácilmente señalarlo como culpable de algo que no cometió.
El prisionero que lo rescató
Dentro de la prisión de Acacías, Fabián encontró una luz en la oscuridad: Carlos Parra, un prisionero que conocía al verdadero Mauricio Pitufo, ofreció su testimonio y reveló la confusión que lo había condenado. Gracias a Parra, Fabián comenzó a sentir que, finalmente, su lucha por la justicia podría tener un final diferente.
Fue entonces cuando conoció a Jairo Quitián, un defensor de derechos humanos que dedicó su vida a luchar por aquellos que, como Fabián, sufrían condenas injustas. Quitián, con la ayuda de un abogado comprometido, Marco Tulio Daza, asumió el caso de Fabián, quien había sido marcado por el Estado con un alias que no le correspondía. El apoyo de Quitián y Daza fue fundamental para iniciar un proceso judicial que cambiaría el destino de Fabián.
La lucha por la justicia
La intervención de la Justicia Especial para la Paz (JEP), un órgano creado para revisar los casos derivados del conflicto armado, permitió que Fabián finalmente pudiera demostrar su inocencia. Tras una exhaustiva revisión de su caso, la JEP determinó que Fabián no era el comandante guerrillero que se le había señalado, sino una víctima más del conflicto armado, que por error había sido arrastrado a una condena injusta.

“Es terrible que un campesino que no tenía absolutamente nada que ver con los hechos haya sido condenado por delitos que jamás cometió”, señaló Alejandro Ramelli, presidente de la JEP. Finalmente, la verdad salió a la luz, pero el tiempo perdido no podía recuperarse.
Aunque Fabián fue declarado inocente y liberado después de pasar 10 años, 8 meses y 13 días en prisión, la huella que dejó esta injusticia será difícil de borrar. Los años perdidos, las heridas emocionales y la vida truncada son un costo que no se puede medir con dinero. Fabián, además de buscar justicia en el plano judicial, también aspira a una indemnización por el tiempo que pasó tras las rejas, proceso que continúa en curso.
A pesar de todo lo vivido, Fabián sigue mirando al futuro con esperanza. “La vida sigue”, afirma con serenidad, aunque no esconde el deseo de recibir una disculpa pública por parte de aquellos que lo condenaron sin razón. “Claro, eso sí me gustaría. Ya ellos estarían pidiendo perdón a uno y agradecido sigo la vida adelante”, concluye Fabián, con la fortaleza de quien ha sobrevivido a una de las injusticias más dolorosas de la historia reciente de Colombia.
Una condena de diez años, una vida destrozada por la injusticia, y la esperanza de poder reconstruir lo perdido. La historia de Fabián Ramos es un recordatorio de las fallas en el sistema judicial colombiano, pero también de la resiliencia y el coraje de quienes, aún siendo víctimas, luchan por la verdad.